La edad de oro de la novela de misterio

Las novelas de misterio, o de ficción detectivesca, arrasaron entre los años 20 y 30 del siglo pasado. De origen británico en su mayor parte, tenían estilos similares y cierta predilección por patrones concretos, como la escenificación del delito en una gran casa de campo inglesa y protagonistas pertenecientes a la clase alta. Estos crímenes, que podían incluir sangre pero raramente violencia explícita, se caracterizaban por una cierta inocencia y ligereza que quedó desfasada al estallar la Segunda Guerra Mundial, momento en que dejaron de publicarse de manera generalizada.

Agatha Christie fue la máxima representante de un imperio en el que también destacaron nombres como Margery Allingham, Ngaio Marsh, Josephine Tey, G.K. Chesterton o Dorothy L. Sayers en Inglaterra, Georges Simenon en Bélgica, o Ellery Queen, S.S. Van Dine, John Dickson Carr o Erle Stanley Gardner en Estados Unidos, entre otros muchos.

Los diez mandamientos de la edad dorada

Las reglas del juego eran importantes – y estas novelas eran consideradas juegos: un tipo de enigma-rompecabezas (al estilo Cluedo), así que el autor Ronald Knox codificó en 1929 los diez mandamientos que debía cumplir una novela de misterio:

  1. El criminal debe de ser mencionado en la primera parte de la historia, pero no debe de ser nadie de cuyos pensamientos el lector esté al tanto.
  2. No se acepta ninguna intervención sobrenatural.
  3. No se permite más de una habitación o pasadizo secretos.
  4. No se puede utilizar ningún veneno desconocido para la ciencia, ni ningún dispositivo que precise de una larga explicación científica al final.
  5. No deben de aparecer chinos* en la historia.
  6. El detective no puede ser ayudado por ningún accidente, ni tampoco puede tener ninguna intuición inexplicable que resulte ser verdadera.
  7. El detective no puede haber cometido el crimen.
  8. El detective ha de hacer públicas todas las pistas que descubra.
  9. El colaborador del detective, el “Watson”, no debe ocultar al lector ningún pensamiento que pase por su mente y su inteligencia ha de ser ligeramente, sólo ligeramente, menor que la inteligencia del lector medio.
  10. Los hermanos gemelos, y los dobles en general, no deben de aparecer a menos que se haya informado al lector con antelación de su existencia.

*Esta regla intentaba evitar los clichés raciales predominantes en las obras inglesas de los años 20.

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